Cómo iba a saber esta pacense que el vino sería su forma de vida. Su historia es la de alguien que descubre tardíamente su vocación, pero cuando al fin sabe a qué se quiere dedicar no duda y pone todas sus energías en ello. Carmen de Aguirre Márquez de Prado (Badajoz, 1978) estudió Biología en la Universidad de Extremadura, pero en poco tiempo empezó a seleccionar la uva tinta para hacer el mítico Dom Perignon rosado. Después se fue al otro lado del Atlántico y montó su propia escuela de vino en un país como Costa Rica sin apenas tradición y donde los enólogos se cuentan con los dedos de una mano.
Enóloga, docente y empresaria, Carmen de Aguirre estudió Biología en Badajoz, pero el tercer curso lo hizo de Erasmus en Italia y el último en Francia. «Al acabar piensas en trabajar en algo relacionado con animales, el campo o un laboratorio, pero no había nada que me interesara, así que una amiga que es química me animó a hacer Enología (se imparte en la UEx). Yo le dije que no tenía ni idea de vinos, y ella me contestó que de eso se trata, de aprender. Al final me matriculé y no es que me entrara el gusanillo por este mundo, es que me entró auténtica pasión. Los profesores consiguieron que me entusiasmara».
Después de dos años estudiando en el campus pacense el proyecto de fin de carrera lo realizó en Dijon, en la Borgoña francesa. En la bodega de un pueblo cercano le terminaron ofreciendo trabajo. Cuando regresó a España se propuso trabajar en Moet y lo consiguió. La seleccionaron como mano derecha de uno de los enólogos principales que elabora el mítico Dom Perignon en la región francesa de Champagne. Aquella etapa transcurrió entre 2008 y 2009.
«Antes esto era un mundo de hombres, pero hoy no. Le eché narices y nunca me he sentido intimidada»
«Luego -prosigue- apareció la propuesta de Costa Rica. Surgió gracias a la prestigiosa enóloga Yolanda Piñero, que me puso en contacto con gente porque necesitaban a alguien para dirigir cursos de somellier en una universidad privada. Allí estuve un año y medio y cuando acabé surgió un socio portugués, Simao Monroy, con el que fundé ‘Escuela del Vino Centroamérica’».
Aquel proyecto empezó a finales de 2011 y despertó su interés por varios motivos. La extremeña reconoce que un país como Costa Rica es un territorio inexplorado debido a que allí no elaboran vino, pero sin embargo lo importan de todas las partes del mundo, lo cual tiene de atractivo que puedes catar mucha variedad. «Noté que había ganas de aprender, por eso monté mi propia escuela, que empezó con quince alumnos en la primera promoción, en 2012, y que ahora tiene unos cincuenta. Son cursos de sumiller y más básicos para aprender a catar».
Tras coordinar a más de quince expertos en Costa Rica, donde ya ha formado a casi medio millar de alumnos, una vez cogió experiencia como empresaria se animó a impartir cursos en su ciudad de origen, aquí bajo el nombre ‘Escuela Europea del vino‘. Se instaló en Badajoz, adonde acude un mes cada año para impartir clase y revisar su proyecto, que va a iniciar la segunda promoción.
También asesoría
Hay que añadir que a su oferta docente, las dos escuelas creadas por esta joven extremeña ofrecen otro tipo de servicios, como labores de asesoría agroalimentaria, degustación de alimentos gourmet y todo tipo de catas, incluso de agua, explica antes de enumerar las diversas variedades que pueden darse de este producto y que el público desconoce.
Para Carmen, que lleva siete años y medio viviendo en Costa Rica, el secreto para prosperar es la paciencia pues la gente, dice, es más tranquila y tiene otro ritmo. Sin embargo, está encantada viviendo en una zona residencial cercana a San José, la capital. «En realidad, debido a mi formación como bióloga Costa Rica me atrajo desde un principio por la biodiversidad que tiene en su naturaleza, por sus playas, los volcanes y por poder vivir en la montaña entre cafetales, además de tener a mano vinos de todo el mundo».
Felizmente soltera y sin hijos, según sus propias palabras, la extremeña afirma que el mundo del vino cada vez acoge mejor a las mujeres. Admite que ha sufrido algún episodio machista que tuvo lugar cuando trabajó en Francia, ella tenía 27 años y un responsable de unos viñedos con más de sesenta años no quería recibirla. «Pero yo le eché narices y nunca me he sentido intimidada ni apartada. Quizás antes este era un mundo de hombres, pero la realidad es que hoy ya no lo es y todo el mundo sabe que hay enólogas o sumilleres increíbles».